Estaba con Josefina M. en una casa donde había vivido entre los 10 y 12 años, en Godoy Cruz, Mendoza. La casa era muy grande, de dos pisos. El problema es que las paredes y los pisos estaban todos pintados de negro, pero de una forma delicada, con mármol y buena terminación. Cuando subimos al segundo piso, había una escalera que llevaba a un baño al que se accedía por una ventana, y el inodoro estaba pegado a la mesada. Mi papá la usaba para guardar herramientas. Ahora estaba solo, en un comedor se encoraban mi gata Quendi y otra gatita que teníamos, pequeña y manchada negro con blanco, no recuerdo su nombre. Quendi tenía un año de vida como mucho, había roto todo el papel higiénico y las servilletas de papel. Me fijé y no tenía comida, empecé a buscar comida para gatos, encontré una bolsa vacía y otra llena pero no sabía su fecha de vencimiento. Encontré una caja donde le colocaba la comida, pero estaba llena de tierra y cosas de electrónica. Pensé en buscar un platito.